Roberto Papateodosio
©2023
Cucurto pertenece a ese linaje de artistas que usan, saquean y manipulan todo soporte que consideren necesario para hacer obra. Como Fabio Kacero, o Ulises Conti, hace y deshace en un ir y venir de materiales; todo sirve, y todo conforma Obra.
En El viejo y el mar hay un juego de doble apropiación: serán el tono y la voz contemporánea de temas clásicos, piedra basal de la literatura de Hemingway. Cucurto compone una escenografía a partir del relato literario. Y es en este momento donde todo se complejiza. No hay literalidad, no hay búsqueda de poner en imágenes lo que dice el texto. Se trata de convocar una cosmogonía épica para metamorfosearla, como un embudo, en esa voz cucurtiana que es suya propia; una voz del delirio y el exceso. Hay potencia de lo real: aquello que vemos (la grafía, el papel, el trazo, la tela) “está ahí”. Y justamente “lo real” es lo que resignifica el espacio ficcional. O sea: la ficción, ese artificio lúdico e intransferible, lo es porque está compuesto de elementos reales; porque construye un mundo -nuestro mundo- a partir de, y por medio de imágenes. Y estas imágenes, que son poéticas y se construyen con las herramientas de la palabra, se liberan de su función de comunicar. Desautomatizan nuestro lenguaje cotidiano. Las series que componen El viejo y el mar son de una poética espacial imprevisible, reforzadas por la frágil materialidad con que las concibe. Un devenir de relatos entrelazados con las figuras que acompañan la creación -el viejo, el pez espada, los jóvenes- ralentizan esa transición entre texto y obra visual, se demoran en detalles de colores refulgentes, luminosos y brillantes. En Cucurto todo se disemina, todo se desparrama. Como en una caja china, su pintura está repleta de microhistorias, de lateralidades y guiños de otros ámbitos artísticos. Su obra plástica entronca con su poesía, y viceversa. Es el gesto de la totalidad que se construye, y se constituye, con todo aquello que sea posible de utilizar. El viejo y el mar es una mirada enloquecida y a la vez amorosa de un texto capital de la literatura del siglo XX. Un acto artístico -el de Cucurto- puramente ficcional y contemporáneo a la vez, vital; un verdadero manifiesto de lo que hoy consideramos como arte actual.