IRENE GELFMAN
@2022
Las pinturas de Gimena Macri funcionan como un diario íntimo, como un paratexto visual que de manera fragmentada van acumulando un registro cotidiano. Son retratos de un universo que sucede en el orden de la intimidad. A medida que el espectador va recorriendo las obras, comprende que el incesante y vasto universo puede, por un instante, ser capturado por su pincelada.
Una serie de bocetos que realizó Gimena en su cuaderno da origen a las obras. El trazo libre y desprejuiciado que posibilita el dibujo, permitió a la artista romper con ciertas normas que implica el género tradicional bodegón -hay una ausencia de un espacio y tiempo determinado que contiene los elementos y dé un aura de serenidad, bienestar y armonía-. A partir de la fantasía, Macri incorpora efectos sobre la realidad de carácter litúrgico o ritual.
La artista en todas las composiciones, hace uso de un marcado simbolismo y creatividad para expresar su estado interior. Crea su propio estilo compuesto por símbolos zodiacales, runas y alegorías. Su obra contiene citas ocultas que un espectador atento podrá reconocer: los símbolos de Xul Solar, la luna enjaulada de Remedios Varo, el cielo estrellado de Hildegarda de Bingen. La imagen que confecciona Gimena, proviene de diversos universos que ella aglutina para terminar siendo una unidad significativa que el espectador observa y -en un juego de decodificación- intenta descifrar el mensaje oculto, llegar al nivel más íntimo para comprender la escena y recrearla mentalmente. Todos los elementos forman parte de una narración que no pretende dar cuenta de grandes relatos o temas, sino por el contrario, intentan capturar el momento efímero del encuentro, aquellos instantes felices.
Hay un patrón de repetición entre las escenas. La artista se caracteriza por una obsesión por el registro, por intentar atrapar esos momentos mundanos y simples que se desvanecen con la misma rapidez con la que se consume una vela. La sala se transformó en una casa que contiene a sus pinturas, son rastros de un encuentro que acaba de concluir. Vestigios de una celebración privada de la que el espectador no formó parte. Sin embargo, lo hipnótico de sus obras invitan a jugar a la reconstrucción de lo que ya sucedió, como las manchas de comida y aureolas de vinos que quedan en los manteles después de una cena.
Hay un aire de fantasía en todo el recinto, si bien la pintura no es más que manchas de color sobre tela, la factura tan particular de Macri hace sentir real el humo de las velas recién consumidas. Sus trazos chorreantes son como pequeñas gotas de cera líquida, muy parecidas a las gotas de agua en una nube.
La distorsión en la percepción de las escenas, nos marca su mirada, y recuerda cómo cada momento depende de quién lo vivencia. Con un estilo que se acerca más al realismo mágico que al surrealismo, la artista representa velas alargadas a veces prendidas, otras apagadas y suspendidas en un aire de recuerdo; objetos que actúan sin la acción de la gravedad; tazas animadas de las que brotan lagrimas y relojes que no marcan ningún tiempo; huesos que no pueden pertenecer a ningún animal real; jarrones de cerámica con un patrón compositivo de signos zodiacales; dados voladores con runas inscriptas que predicen la incertidumbre; copas o cuencos que parecen parte de un ritual que ya concluyó; restos de comida y globos de diálogos vacíos que posibilitan al espectador incorporar su propia narrativa.
Profundizar en la hipnótica muestra de Gimena Macri es como trasladarse al mundo de la interpretación de sus recuerdos. Nos adentramos en los escenarios en los que la nocturnidad, el misterio y la fantasía toman protagonismo. Si bien, no hay presencia física de personajes, sí hay rastros de una acción donde pensamientos e imágenes se van enhebrando entre sí, hasta convertirse en un mundo real a los ojos del observador.
Con una serie de diez obras recientes, la pintora revela una manera personal de comprender la experiencia por otros medios.
Por lo general, se tiene a la tradición como un concepto conservador. Solo el enorme genio de Hans- Georg Gadamer logró sacarlo de ese lugar y convertirlo en un vehículo de comunicación, poesía y comprensión. Su idea de tradición implica la posibilidad de correrse del sentimiento de extrañamiento, tan presente en la modernidad, para lograr unir los distintos textos que nos permiten entender y valorar al mundo. Esto, que el filósofo hace mediante la reflexión y el texto, el artista visual lo hace con la imagen.
Gimena Macri vuelve a Sendrós –donde había exhibido en 2011 como parte del staff de la galería– para mostrar El mejor regalo, una serie de diez pinturas en las que la idea de tradición gadameriana se expresa en toda magnitud. Las inscripciones de Gimena -sí, hija del expresidente- son al menos dos, en una tradición de pintura fuerte y arraigada, clásica y contemporánea al mismo tiempo, y, por otro lado, su obra tiene una búsqueda de referencias a la historia del arte que permiten verlas y leerlas como un texto. La curaduría y el texto son de Irene Gelfman y todas las obras están realizadas este año, lo que demuestra gran capacidad de trabajo y una necesidad expresiva fuerte y condensada en el tiempo.
Voy a proponer, y esto no pretende ser excluyente, dos modos de recorrer El mejor regalo. La amplitud de la sala de Sendrós, algo que pedía la obra de Macri desde hace un tiempo, permite una inmersión inicial que tiene algo de ritual. La exposición se recorre con la sensación física, ambigua y extraña. que se nos presenta al pisar lugares sagrados. El cuerpo modifica su postura y el alma parece entender, más allá de cada creencia particular, que se encuentra en un sitio especial, que condensa estados diferentes que solo se dan en este tipo de lugares. Esta primera recorrida presenta los cuadros como un paisaje narrativo. Cada uno cumple con mostrar una escena; cuenta una historia y relaciona objetos con situaciones. Las posibilidades textuales son infinitas, caminar entre las obras permite imaginar relatos, momentos particulares e íntimos. Los títulos de las obras ayudan a enhebrar las mil posibilidades de interpretación que presentan las pinturas. El clima que genera la visión general de la muestra entremezcla lo mágico con lo cotidiano. Las pinturas están llenas de gestos que remiten a universos fantásticos y a situaciones irreales que el arte vuelve verosímil. Aparecen aquí las referencias a Remedios Varo, los guiños simbólicos a Xul Solar y las posibilidades interpretativas que permiten integrar el conjunto de trabajos en una constelación benjaminiana, viéndolas como una reflexión basada en imágenes. El rito que sugiere esta primera mirada es de pasaje y lleva al observador a mirar con más atención, con mayor detenimiento cada obra. La sucesión de diurnos y nocturnos, el trazo lineal, libre, que combina la curva con la recta, que busca salirse del marco o bien unir dos elementos centrales de la composición y la sucesión de fondos y figuras que van intercambiando complejidad y simplicidad para armar un universo emotivo gracias a un gran volumen y vibración visual.
Este rito de pasaje le tiene preparado al espectador todavía una estación más. Es muy interesante acercarse lo suficiente a las pinturas como para ver algunos detalles. Tratándose de trabajos de un tamaño importante y de óleos, es llamativo la cantidad de registros que logra contener en cada obra. Más allá de los aspectos compositivos, que tienen su complejidad en cuanto a la perspectiva, la cuestión volumétrica y la arquitectura interna de la pintura, lo interesante aparece en el uso de la materia. Los fondos densos, cargados de óleo y con pinceladas cortas y potentes, contrastan con grafismos leves, casi como de acuarela, que sirven como nexos entre los objetos. Los chorreados y las transparencias, que solo se advierten muy de cerca, dan cuenta también de su solvencia técnica y su capacidad lúdica -y de su poca intención por controlar los materiales-. El juego que el observador puede hacer, alejándose y acercándose de las obras, le dará unas posibilidades interpretativas singulares y múltiples, descubriendo cosas y adivinando o intuyendo intencionalidades por parte de Macri.
Haciendo ese ejercicio, descubrimos que tal vez la obra que contiene más elementos que son generales a la muestra sea “Quema nocturna”, una gran obra de dos metros por uno y medio en la que la artista logra un clima de gran intensidad usando una relativamente mínima cantidad de recursos pictóricos. Desde el título, el espectador es conducido a un escenario ritual, abierto pero no infinito, que se confirma con la primera mirada sobre la obra. Sobre un fondo claro, texturado en algunas secciones con pinceladas más cargadas y más oscuras, el protagonismo lo tienen dos copones rituales, uno más pequeño que el otro, dominados por el azul y con detalles en blanco. Ambos se sostienen sobre unas figuras rectangulares, pequeñas, que podrían ser los papeles destinados a la quema, incluso los que se salvaron del fuego. Hay unas llamas en rojo, breves y zigzagueantes que presagian el humo que parece nacer por debajo y a un costado de los papeles. Son humos distintos, como si estuvieran quemando cosas de opuesta naturaleza. Un hilo de pintura une el humo con una superficie armada con diferentes trazos en azul y negro, como formando un lienzo dentro del lienzo. Al acercarse, esa gota dibuja un imperceptible nexo entre los elementos, los conecta casi sin querer hacerlo.
“Quema nocturna” es una obra abierta y llena de sugerencias, que concentra capacidad técnica, talento compositivo, simbolismo y una enorme caudal de comunicación y conexión.
El mejor regalo, en la galería Sendrós, es una propuesta que lleva, entonces, a una inmersión sin espectacularidad, y a una intimidad sin artificios. Su pintura entiende que la complejidad reside en lo simple y lo importante está en los detalles. El suyo es un arte que no requiere de explicaciones, se basta por sí mismo y conecta al mundo con las personas, a través del hilo narrativo de lo visual, lo poético y lo humano.